Dos coreanas

Posted on julio 05, 2008 - 0 comentarios -

Para pocos es un secreto el buen momento por el que pasa el cine coreano actualmente. Es de lamentar, sin embargo, que los directores que conocemos sean apenas Kim Ki Duk y Park Chan Wook, no porque sean malos, sino porque estamos privados del buen hacer de otros cuantos que se han quedado por fuera de la exhibición comercial de nuestro país. Hoy tenemos dos películas coreanas que no son de ninguno de estos directores conocidos, pero que son muestra de la buena salud del cine de ese país oriental.

A Bittersweet Life, (Dalkomhan Insaeng), Dir. Kim Ji Woon, 2005

A Bittersweet Life fue aclamada por algunos como la nueva Oldboy, lo cual no deja de ser molesto, en vista de las diferencias, y deja al descubierto la manía de buscar "el nuevo" lo que sea. Oldboy era un melodrama violento, mientras A Bittersweet Life es una película de acción con profundidad. Es cierto que hay una cierta violencia gráfica, pero ni esta llega a los extremos de Oldboy, ni pretende ser lo mismo que ella.

A Bittersweet Life es la historia de un gángster que, por un mínimo desliz, ve cómo cae sobre él una venganza desmedida e injusta. Decir más sería inútil, puesto que ni es todo lo que pasa, ni tampoco lo más importante que pasa. Con calma oriental, la película teje una red de relaciones, unas más peligrosas que otras, para al final detonarlas en un clímax de violencia. Pero en lugar de convertirse en un show pirotécnico, que lo hace, la película guarda como baza más importante precisamente a los personajes. Cada uno de ellos en su profundo laconismo, esconde un mundo apenas intuido, pero que late bajo la superficie. Y en más de uno es un mundo harto violento. Es aquí donde encontré la principal debilidad de la película, y es precisamente en que a veces se dice demasiado poco. Por ejemplo, del protagonista apenas sabemos motivaciones, intenciones. No es uno de esos casos en los que se guarda mucho pero se dejan deslizar pistas, sino que aquí se es realmente hermético, dejándonos un poco por fuera de su vida y de una posible empatía que nos conecte a él. No importa en todo caso, porque no es una debilidad que consiga derrumbar el film. Quizás no alcance las cotas de paroxismo de Oldboy, pero es una de las más interesantes películas orientales recientes.

No podía terminar sin decir que algo que hace destacar aún más la película es su aguzadísimo estilo visual. Park Chan Wook tiene un ojo muy despierto, pero Kim Ji Woon no se queda atrás. Visualmente la película nos sumerge en otro mundo. Sí, es el mundo real, las calles de la serie negra, pero no está hecho a la manera más cruda y realista, sino con un despliegue de creatividad visual que no puede uno menos que sorprenderse ante la sola belleza de sus imágenes. Y si además se dice más con imágenes que con palabras, pues ya tenemos listo el festín visual.

Una película de acción que demuestra que también se puede hacer cine comercial inteligente.

Epitaph, (Gidam), Dir. Jeong Sik, Jeong Beom Sik, 2007

Terror oriental se ha asimilado a j-horror, al menos para el público común y corriente. Si bien es cierto que hay ciertas temáticas, ciertas sensibilidades y ciertos acercamientos estilísticos compartidos, no se puede decir que todo el cine de terror oriental sea pariente directo del japonés. Epitaph es un ejemplo.

Echar otra vez el discurso sobre lo que es en realidad el j-horror sería cansón, pero dejémoslo en que ese subgénero es, a pesar del resplandor que ha cegado a muchos incautos, un producto comercial cuyo público objetivo son niñas adolescentes. El verdadero cine de terror no conoce de idiosincrasias encasilladoras. Audition, de Takashi Miike, no es j-horror, como tampoco lo es Epitaph, un cuento bastante más adulto que las sagas de fantasmas despeinados de Japón.

Epitaph son tres historias vagamente interconectadas por el eje de un hospital en los años cuarenta. No contaré sinopsis porque parte del encanto consiste en dejarse sorprender por los giros sin saber hacia dónde van las cosas, pero sí comentaré un poco cada una. La primera, una clásica historia de fantasmas, está rodada con calma y elegancia, pero tampoco es para enloquecerse. Hay buena atmósfera, sentimientos bonitos, pero nada fuera de lo normal. La segunda, en cambio, la más fuerte de las tres, es un derroche de estilo y sustos. Con más giros que la sencillita primera historia, también echa mano de los fantasmas, aunque lo hace de manera inesperada. No son tanto fantasmas en el mundo real, sino fantasmas del pasado, de esos que se guardan en la cabeza y se desempolvan cuando es menos conveniente. La belleza de sus imágenes macabras es realmente especial: esos cuerpos bañados en sangre, esas secuencias en las que no pasa nada y te da más miedo... Un segmento triunfador en verdad. La tercera historia, aunque no alcanza los niveles de la segunda y echa mano de recursos más manidos, pero igualmente efectivos, resulta también muy superior a lo que el cine de terror nos ha acostumbrado a mostrar últimamente. Más una historia de crímenes que sobrenatural, usa retruécanos estilo A Tale of Two Sisters, pero sin abusar. Y hay que mencionar el bello epílogo que cierra con broche de oro la película.

¿Qué es lo que hace especial a Epitaph? Aparte de dar unos buenos sustos, de que no escatima en sangre, a pesar de no ser grotesca, lo que la hace brillar es que sabe apelar no sólo al terror, sino al corazón. Son bellas historias llenas de melancolía, elegantes y plenas de sentimientos. No es una película con un mensaje expuesto en una pancarta, pero al acabar de verla, seguro que más de un pensamiento se queda en la cabeza. Una sensación, un recuerdo... Algo que hace que la película sea más que una montaña rusa o un despliegue de rojo carmesí, un acercamiento a una reflexión sobre la muerte, el pasado y la memoria. Mucho más de lo que aspira hacer la película adolescente convencional.

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