El cine del Dr. Calamar

Una película tan bien actuada, escrita, dirigida y en definitiva, tan bien armada como La Reina despertará entre la gente comentarios positivos unánimes porque, a fin de cuentas, no hay detalles para ponerle peros. PERO... Yo sí le pongo un pero, aunque aclaro que no es la película la que lo merece, sino que pertenece directamente a mi subjetividad. Y es que esta película funciona tan bien en todas las áreas, está tan bien planeada y pensada, que extraño algún componente de espontaneidad, de desorden, de caos. De tripas, mejor dicho, aunque no hablo literalmente. Todo el mundo cumple a la perfección con su cometido en la película, pero a mí, el cine que me gusta, tiene algo más de inclinación por la discordia. Me gusta que las películas me sacudan, me irriten, me revuelvan por dentro, y La Reina casi no lo hace. Y me molesta tener que hablar así de ella, porque no se lo merece, porque todos saben lo que hacen y lo hacen muy bien, pero ahí está el problema para mí. Los personajes bien construidos, cada uno con su propia personalidad y humanizados, sin caer en el estereotipo; su tono mesurado, alejado del sensacionalismo; los actores brillantes todos ellos; la dirección concisa y evitando protagonismo; el afortunado montaje, que mezcla imágenes de archivo con el metraje de la película... Pero salí del cine pensando "Bueno, ¿y entonces?", aunque me sirvió como lección de guión, porque, curiosamente, la historia está armada clásicamente, con protagonista y antagonista con objetivos en contraposición, y no sólo recreando unos hechos ya conocidos por todos. Pero es tan británica, tan ordenada, tan polite, que no me despertó muchas emociones a pesar de tener un drama muy bien construido.

Miren, es buena, es muy buena, y les recomiendo que la vean, pero sé que de aquí a unos años, cuando mire atrás, no será esta una de las películas que más habrá quedado grabada en mi memoria. Y aunque algunos me miren mal, tengo más ganas de verme Apocalypto que de revisitar La Reina.